EL DUEÑO DE TODAS LAS MONTAÑAS…

Seis mil novecientos sesenta y dos metros. Ciento veinte metros cuadrados que se reparten en forma de boomerang en su cumbre «lo conseguí, pero debí sufrir y pelear mucho. En dos ocasiones se me congelaron los pies, más de una vez rodé 200 metros chocando con las rocas y piedras. Varias noches con temperaturas de hasta 40º bajo Cero, al aire libre frotándome y haciendo un esfuerzo sobrehumano para no dormirme, hubiera sido fatal. Tuve que apreender a caminar correctamente, apoyando con estabilidad. Debí trotar para lograr resistencia y no velocidad. Hice complemento de pesas, adquirí conocimientos de Tai-chi-chuan para lograr concentración…». Pero nada de todo esto puede empañar la grandiosa vivencia de ser el dueño de todas las montañas, de todas las estrellas, de la luna, del sol. Muchas veces no pudieron hacer cumbre, bajaban maldiciendo su suerte hasta el campamento base y quedan en los oidos claramente la voz del arriero que cruzaba el río…»Quédese tranquilo, el Aconcagua siempre está ahí». En aquel momento todo se vivió como una gran frustración, pero el tiempo les enseño que habían acumulado una enorme cantidad de experiencia para sentir la emoción del éxito. Allí estuvo la inmensidad de la cordillera, allí vieron la puesta del Sol, los claro oscuros de la montañas, el color ocre sobre la pared del Aconcagua y su figura colosal, su abrazo mortífero, su inmensidad. Daniel Eisenberg escaló 11 veces esa montaña, llegar a su cumbre fue triunfar, para que Dios sepa que pelear por un objetivo digno… tiene su recompensa, (sólo faltan cuatro partidos…) Todo parecido con la realidad es pura coincidencia. (DG)